Alberto Ried Silva (22 de febrero de 1885, 5 de mayo de 1965) fue un escultor, escritor, cuentista y poeta chileno, miembro del grupo literario «Los Diez», y cónsul de Chile en Francia.
Fue hijo de Gustavo Ried Canciani (1850-1927), fundador de la 5ª Compañía de Bomberos de Santiago, y de Irene Rosa Silva Palma. Se casó con Angelina Matte Hurtado y más tarde con Balbina Miranda.
Estudió en el Liceo de Aplicación y prosiguió estudios de química industrial en la Universidad de Chile. Sin embargo, su verdadero interés estaba en el arte; estudió pintura y escultura en la Escuela de Bellas Artes y dibujó caricaturas para la revista Sucesos de Valparaíso. También fue corresponsal del diario La Nación en los Estados Unidos.
Ingresó a la 5ta Compañía de Bomberos de Santiago a los 18 años. En 1906, formó parte de un grupo de bomberos santiaguinos que auxiliaron en operaciones de rescate luego del terremoto de Valparaíso de dicho año. Posteriormente, un 27 mayo de 1933, fundó el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa, del que fue su primer comandante.
Hizo gestiones para trasladar a su actual ubicación el monumento «Al dolor», creado en recuerdo de las víctimas del incendio de la Iglesia de la Compañía, abandonado en una calle del Cementerio General 1945.
Fue cónsul de Chile en Burdeos, representando al gobierno de Arturo Alessandri, entre 1921 y 1923; y publicó un total de cinco libros, uno de ellos póstumamente. Su casa, llamada «Millaray» y ubicada en la comuna de Ñuñoa, fue un sitio de encuentro para escritores, músicos, pintores y artistas en general.
Don Alberto falleció un 5 de mayo de 1965 a sólo días de cumplir el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa, su último tesoro, los 32 años de su fundación. Sus enseñanzas, ricas en nobleza, tradición, ímpetu y disciplina fueron innumerables, destacan " La Vida es lo que Hacemos de Ella" o "No hay imposibles para la Capacidad del hombre". En la piedra de la Primera Compañía del Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa de la que fue Voluntario hasta los últimos días de su Vida, legó:
"DERROCHÉ MI DINERO Y RIQUEZA ESPIRITUAL
PORQUE ME DIJO EL TIEMPO QUE
ESTE ENORME SILENCIO TENÍA QUE LLEGAR"
El 17 de septiembre de 1933 tuvo lugar el primer ejercicio y el que esto escribe creyó útil dirigir a los voluntarios las siguientes palabras que ahora intentan verse perpetuadas en estas páginas.
“Compañeros:
El desenvolvimiento del espíritu de Cuerpo, ha nacido entre nosotros con caracteres inusitados de entusiasmo y vigor. Este hecho, afortunadamente consumado, me da la ocasión de exponer ante vosotros, algunos conceptos breves que han de induciros a meditar en lo que significa ser un buen voluntario.
Primeramente, para ser buen bombero se requiere una base muy sólida de esfuerzo físico y de voluntad a toda prueba, unido esto a un alto espíritu de sacrificio y hondo sentido de la responsabilidad. Sin este sentido, el esfuerzo material resulta vano, ya que, fácilmente degenera en un simple entretenimiento, sin objetivo altruista alguno. La acción ha de ser, por lo tanto, consciente y severa para que sea fructífera.
Es necesario que los hombres que prestan sus servicios a un cuerpo de bomberos o compañía de bomberos voluntarios, sean ante todo: Generoso, nobles, honrados, francos, abnegados y de una conducta irreprochable.
Sin cualquiera de estas condiciones o virtudes, los individuos se eliminan por sí solos. Elimínanse de esta manera los egoístas o aquellos que toman nuestro oficio como un simple pasatiempo; los que suelen sonreír burlescamente ante las diversas manifestaciones espontáneas del alma bomberíl que, al ser sincera y verídica, ha de poseer la pureza del hombre sano de espíritu, del adolescente, o del niño que desconoce la maldad y que todo lo encuentra bueno y amable. Elimínanse, a su vez, automáticamente los hombres cómodos o indiferentes; aquellos para quienes la vida no es ni siquiera un sacrificio nimio en pro de los demás.
Mi larga experiencia en las filas del Cuerpo de Bomberos me ha enseñado que lo primordial para acrecentar el espíritu de cuerpo, es el bien entendido compañerismo. Esta virtud crea la cooperación inalterable y absoluta. “Uno para todos y todos para uno”, he aquí un arcaico aforismo que debe palpitar en el corazón de todo buen bombero.
No pueden ser buenos bomberos los que todo lo critican y nada aportan ni construyen. Por esta sola razón se declaran tácitamente excluidos como enemigos de la cooperación que es el éxito.
Son buenos bomberos, en cambio, los que acatan las órdenes o ideas emanadas de quienes han sabido apreciar muy de cerca, en carnes propias, y con todo su rigor, los afanes y riesgos inherentes a nuestra profesión.
De niño ingresé a la 5ª Compañía de Santiago, porque mi padre me condujo de la mano como quien conduce a un alumno a incorporarse en la mejor escuela de civismo, hombría de bien y caballerosidad.
Años más tarde, lejos de mi patria, durante un ciclón furioso, en medio del océano; en ciudad extranjera, hostil e inhospitalaria; en cada momento difícil de mi existencia y, ¿por qué no decirlo? Hasta en jornadas de hambre y desamparo; en horas de angustia en que hubo necesidad de desplegar supremas energías morales y físicas para no sucumbir, y aún, para infundir ánimo a camaradas artistas, amigos y compatriotas desolados, el sólido timón silencioso, la brújula que guio mi rumbo, fueron las enseñanzas recibidas en las filas bomberiles de mi país.
Estoy plenamente convencido de que es un mérito que nadie podrá jamás borrar ni empañar siquiera, un galardón al coraje en la lucha por la vida, esto de que el individuo, desde niño, crezca y viva entre hermanos valerosos y generosos, cual lo son y han sido siempre los bomberos de Chile. Dirijo a vosotros, jóvenes voluntarios de Ñuñoa, estas palabras paternales con el ánimo de que ellas dejen en cada uno de vosotros alguna huella saludable.
Mañana, cuando empiecen a ralear las filas y desaparezcamos, esta voz de aliento habrá de seguir resonando en las almas juveniles, como un eco sacrosanto que también nosotros hemos escuchado a través de toda nuestra vida, por boca y aliento de nuestros mayores. He dicho.”